Iadyr. Cuento sufi

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Había una vez, a menos de mil millas de aquí, un niño que a pesar de su corta edad, creía yo, tenía gran experiencia en el cuidado de sus ovejas. Sus piernas eran delgadas pero fuertes, los pies que llevaba sin calzar estaban endurecidos- sin duda alguna por el trabajo- y, en su mirada había más luz que la del oro reflejado en las arenas del desierto cuando al descender el sol avisa a los hombres de la proximidad de la noche.
Yadir se llamaba el niño. Y siempre en el atardecer bajaba de las montañas con sus animales hasta su pequeña casa, la jornada había sido ardua para él, había llevado a pastar a sus ovejas y, en cambio, en su alforja de lana, no había sino un poco de pan- el necesario para no sufrir hambre- ni más agua que la esencial para refrescar sus labios.
Una noche, en una reunión de camelleros Yadir escuchó decir que el hombre que lleva a Dios en su corazón está –“mordido de camello” y que esa mordedura no cicatriza nunca; al principio es dolorosa, después dulce y, al final de la vida, mientras el cuerpo queda abandonado en la tierra, viaja la esencia del hombre a fundirse en las estrellas. Yadir soñó esa noche que cien camellos que lo perseguían.
Pasó mucho tiempo y, un amanecer, intuitivamente Yadir se arrodilló y besó las arenas. De sus labios brotaron palabras fieles, y su rostro de adolescente, como una brújula marina, encontró el oriente.
La mordida del camello estaba en su corazón
A partir de ese día, Yadir aprendió muchas cosas con particular precisión. Cuando el viento soplaba tenuemente, le susurraba cuentos a su oído; al ser removidas por el aire las arenas, le enseñaban extrañas geometrías; el ondulante carrizo le otorgó la música; y, en un rojo atardecer, un fuerte viento elevó las arenas haciéndolas girar con sorpresivos movimientos. Yadir aprendió la danza.
Su corazón sangraba cada día más
Cuando Yadir abandonó el desierto, el sol ya no tenía horizonte; un débil reflejo dorado lo alumbró por poco tiempo, la oscuridad lo acarició toda la noche y, en el luminoso amanecer, ante sus ojos asombrados apareció la ciudad, cuyas espejeantes cúpulas llenaron sus pupilas de reflejos. Yadir sintió miedo. Pero el viento que le cantaba levemente fortificó su espíritu, los altos y esbeltos minaretes suavizaron el golpeteo de su corazón, y entró en la bulliciosa ciudad con asombrados ojos.
Aquel cambio de vida fue trascendental para Yadir.
Pronto encontró trabajo como tintorero de lana y poco después aprendió el arte de tejer alfombras. El principio fue duro: sus manos no eran tan hábiles como las de sus compañeros; pero sus ojos, acostumbrados a ver el horizonte del desierto, veían más allá en los complicados diseños, en los geométricos mensajes de las alfombras. Yadir tejió una para él y aquella noche al terminarla, un viejo maestro alfombrero le regaló una rosa blanca extraña.
A partir de esa noche memorable, la vida de Yadir fue muy intensa: cuidó y respetó su cuerpo, modeló el barro, sometió el cobre, escribió con hermosos rasgos, manejó el sable, diseñó jardines y, una vez, sus ojos se fundieron en la luz de unos ojos femeninos…Yadir aprendió el amor.-
Yadir fundó un hogar, que duró muchos y felices años, hasta que, un día,- “El que crea todos los diseños” -, decidió que Yadir quedara solo.
Yadir aprendió a llorar
El siguiente amanecer extrañó las rodillas de Yadir hundiendo las arenas; su rostro no quiso buscar el oriente, y sus labios olvidaron las palabras fieles.
Abandonó la luz de las mezquitas y frecuentó oscuros lugares; sus piernas, acostumbradas a la danza, olvidaron el ritmo: el tambor de su corazón no las impulsaba. Abandonó también la habilidad de sus manos; su aliento no recorrió el interior de las cañas; y una noche suplicó al ángel de la muerte que apurara su paso. Cuando los dedos del sol acariciaron su rostro, esa mañana, sobre su alfombra había una blanca y extraña rosa. Yadir recordó al Disipador de todas las Dificultades y sintió sangrar de nuevo su corazón.
Curiosamente, los vecinos de Yadir y quienes lo conocían, pensaban que era un buen hombre; como sucede con todos los buenos hombres de la tierra sólo unos cuantos se acercaban con humildad a escuchar sus bellas pláticas en la casa de té que frecuentaba: les hablaba del viento y la lluvia, les contaba historias de viejos tejedores de alfombras y ancianos jardineros de rosas blancas; les describía las dunas del desierto y les hablaba del sol y las palmeras. Algunas personas temían verlo de frente, unos pocos lo miraban a los ojos, pero entre ellos, ninguno todavía resistía la luz de su mirada; no faltó quien dijera que tenía extraños poderes.
Cuando el viejo Yadir murió, los vecinos quedaron muy sorprendidos al ver salir por una de las ventanas de la casa, un hermoso camello que volando se perdió en el infinito…

Qué tengamos Paz en nuestros corazones.

Qué el amor,  la experiencia de vida compartida y nuestros ángeles siempre nos cuiden

 

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Fátima la hilandera. cuento Sufi

Version de Fátima la hilandera

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En un lejano reino de Occidente, vivía una hermosa joven llamada
Fátima que crecía alegre y feliz en el seno de una familia de
hilanderos, una familia experta en el arte de fabricar cuerdas para los usos más variados que se pudiera imaginar. Fátima, conforme se iba haciendo mujer compartía los trabajos y aprendía a la perfección el manejo de sus manos, con lo que ya a edad temprana, había alcanzado una destreza digna de los mejores maestros.
Un día de primavera, su padre, acercándose a ella, le dijo: «Querida hija, como ya eres una mujer, sería conveniente que vinieras conmigo en la próxima travesía por mar. Tengo transacciones que realizar en las Islas del Mar Mediterráneo y pienso que además de ayudarme en mis tareas y conocer mundo, tal vez encuentres un joven honrado y de
buena posición con el que quieras formar una familia».
Fátima aceptó encantada la propuesta de su padre y se puso de
inmediato a preparar todo lo necesario. Llegado el momento de partir,emprendieron el camino y tras varias semanas de viaje llegaron a su primer destino. Una vez allí y, mientras el padre realizaba sus negocios y formalizaba pactos, Fátima soñaba con el esposo que, de un momento a otro, podría aparecer y, de inmediato, reconocería.
Pero de pronto, cuando se encontraban en alta mar camino de Creta, se levantó una tormenta con un oleaje tan terrible que el barco terminó por naufragar.
Entre vientos y grandes olas, Fátima cayó al mar y, tras unas horas de angustia, fue llevada por la marea hasta una playa cercana. Su padre había muerto y ella se sentía totalmente hundida y desamparada.
Pasadas algunas horas, y ya bajo el sol del mediodía, Fátima vagaba por la arena pensando en su suerte y en sus grandes sueños rotos… así pasaron varias horas, hasta que al fin, fue encontrada por una familia de tejedores que por aquellas cercanías vivía, los cuales a pesar de ser pobres, la acogieron en su casa como si de una hija más se tratase, con la intención de compartir su comida y su oficio.
Faátima se entregó a los trabajos de aquella familia y, poco a poco, fue haciéndose una experta en la confección de las telas. Pasado un tiempo,
Fátima ya conocía los secretos de los más extraños tejidos. De esta manera, la joven iniciaba una segunda vida, en la que llegó a ser plenamente feliz, reconciliada con su suerte y su destino.
Pero llegó un día, en el que hallándose sentada en la playa sonriendo al horizonte, desembarcó una banda de mercaderes de esclavos que, sorprendiéndola se la llevaron presa junto con otro grupo de cautivos.
A pesar de lamentarse amargamente por su suerte, no encontró
compasión por parte de ninguno de sus captores, quienes la llevaron a Estambul y finalmente la vendieron como esclava. Por segunda vez su mundo se había derrumbado. Una vez más, lloraba amargamente, entristecida por su suerte…
Sin embargo, sucedió algo que cambiaría de nuevo el rumbo de su vida. Aquel día, casualmente en el mercado había pocos compradores. Pero entre ellos se encontraba un rico mercader que buscaba esclavos para su próspera planta de fabricación de mástiles. Cuando vio el abatimiento de la muchacha, sintió compasión por ella y decidió comprarla pensando que, de este modo, podría ofrecerle una vida más digna.
Más tarde, llevando a Fátima a su hogar con intención de hacer de ella una ayudante para su esposa, se enteró de que un incendio había arruinado sus cargamentos y acabado con todas sus existencias… por lo que no pudiendo afrontar los gastos que le ocasionaba tener trabajadores, se quedó tan sólo con Fátima que, junto a él y su esposa, llevarían a cabo la tarea de fabricar mástiles de verdadera artesanía.
FÁtima agradecida al mercader por haberla rescatado, trabajó con
tanta entrega y diligencia que consiguió a los pocos años llegar ser una auténtica experta en la fabricación de toda clase postes y mástiles, por difíciles que estos fuesen de resolver. Al poco tiempo, su amo en agradecimiento a los buenos servicios, le concedió la libertad, pasando a trabajar para él como ayudante de confianza. Fue así como consiguió ser feliz y plenamente dichosa en ésta, su tercera profesión.
Así pasó el tiempo hasta que un día, aquel buen hombre le dijo:
«Fátima, yo ya voy siendo viejo y, quiero que, en esta ocasión, seas tú quien vaya a Java a entregar unos mástiles de gran valor. Asegúrate en mi nombre de venderlos con provecho».
Ella se puso en camino contenta y feliz de viajar hacia su tan soñado Oriente… pero ¡Oh destino! cuando el barco estuvo frente a las costas de China, un terrible tifón lo hizo naufragar y, ¡Horror! Una vez más, se vio arrojada a la playa de un país totalmente desconocido. «¡Otra vez!» se decía llorando amargamente. «Mi vida vuelve a tropezar ante el destino ¿Qué deberé ahora de aprender y superar?»
Fátima sentía que cuando conseguía dominar plenamente algún oficio y sentar las raíces de su vida, sucedía algo inesperado que la hacía cambiar de dirección.
Una vez repuesta, se levantó de la arena y se puso a caminar en
dirección a un poblado que divisó a lo lejos. Como no era frecuente la presencia de viajeros de raza blanca, fue acogida con respeto y curiosidad… pero sucedió que en aquel país existía una leyenda profética… se decía que un día llegaría una mujer extranjera, capaz de hacer, ella sola y sin ayuda de nadie, un templo para el Emperador de difícil y compleja construcción.
Y puesto que en aquel entonces en China no había nadie que pudiera por sí solo hacer este tipo de construcciones, todo el Imperio esperaba el cumplimiento de aquella extraña predicción con la más vívida expectativa.
Al fin de estar seguros de que cuando llegara la extranjera por
aquellas tierras no pasara inadvertida, los sucesivos emperadores de China solían enviar heraldos, una vez cada año, a todas las ciudades y aldeas del país, pidiendo que cada mujer extranjera fuera llevada a la corte.
Fue justamente en una de esas ocasiones cuando Fátima fue presentada al Emperador: «Señora» dijo el Emperador «¿Seríais capaz de construir un templo para el Imperio que tenga las características que aquí figuran, pero sin ayuda de ninguna otra mano?» dijo,  mostrándole un papiro pleno de garabatos e imágenes.
Ella tras observarlo detenidamente, se sintió de pronto iluminada.
Sabía que era capaz de hacerlo, ya que por lo que dedujo, hacía falta un mástil tan fuerte y flexible como los que habían dado tanta fama a su antiguo amo el mercader. Asimismo se requería un tipo de tela, de características tales, que tan sólo aquellos entrañables tejedores con los que compartió afecto y habilidades, podrían haberle enseñado. Y por último, dedujo que esa construcción debía poseer unos sistemas de sujeción de una clase de cuerda tal, que pudiesen soportar el impacto de los fuertes vientos sin perder tensión y resistencia. Sólo sus padres, aquellos expertos maestros hilanderos, podrían haberle enseñado algo así.
Fátima trabajó muy duramente por espacio de nueve meses. Y
finalmente presentó su obra al Emperador, el cual tras observar con asombro la perfección y detalle de su creación, premió a Fátima con la generosidad de las grandes recompensas.
La PROSPERIDAD, EL AMOR Y LA SABIDURÍA habían llegado de
manera plena y abundante a la vida de una Fátima que encarnaba la plenitud y la grandeza de la vida.
Cuentan que todo aquel que llegó a conocerla, salía de su presencia, iluminado de esa extraña confianza y certeza que proporciona la percepción de los grandes destinos del alma.
Tras ejercer la sabiduría y el amor supremos en una vida fecunda e intensa, Fátima partió a unirsw con el infinito en paz y armonía a la edad de 99 años. Desde entonces, se dice que su espíritu susurra a los oídos de los que se sienten abandonados por su suerte, que no teman… que confíen… que tras los vaivenes de la vida…
Late un Camino Mayor que acompaña
y protege a los que siguen adelante.