Hace muchos años que estoy en este oficio.
Todo empezó como oyente hace treinta años.
¿Dónde?
En la mezquita, escuchando historias de boca de mi imán y de los incontables viajeros del norte de áfrica que llegaban aquí. Todos sentados en rueda.
Luego de estudiar el Sagrado Corán, venían las inquietudes de la comunidad y luego los cuentos.
Sin duda esa fue la semilla de lo que hoy soy como narrador. Un contador de historias. Uno más en esta larga cadena de narradores.
¿Qué me ha dejado como experiencia viva?
Qué el oído es mi maestro y la boca cerrada, la prudencia es mi otro maestro a la hora de contar. No abusar de las palabras.
Dos oídos para escuchar y una boca para hablar.
En esa línea de atención y aprendizaje me manejo.
Por eso es bueno hablar desde el alumno, yo acompaño a la gente desde sus virtudes en mis talleres y no desde mis pretensiones.
En lo personal me muestro desde mis propios errores, desde esta experiencia viva me expongo para que otros puedan aprender.
Por eso creo que el arte de ayudar a comprender es ser eternamente alumno de las circunstancias.
Más allá de los talleres que doy sigo estudiando con mi maestro desde hace doce años.
Qué curioso eso de estudiar con el mismo maestro durante doce años ¿no?
Cada vez voy como si fuese el primer día, no sé un ápice más que el más nuevo de mis compañeros y otra vez está la clave allí.
Sorprenderme de lo que da el otro, incluso la aceptación de una devolución del recién llegado.
El otro día volví a recibir una clase maestra.
Mi maestro me sugirió que contara un cuento que a él le encanta como yo lo desarrollo.
Un cuento que hacía seis u ocho años que ya no lo contaba.
Le dije – Maestro Juan: ya no cuento ese tipo de material, me parece simplemente “una destreza verbal y técnica.”
Me dijo – no te creas, ese cuento tiene un contenido profundo.
– A ver si viene dije. Tirando el hilo de la memoria lo conté:
Fue un cuento totalmente remozado, nuevo. Yo mismo me di la respuesta. Antes era una destreza técnica y verbal, pero ahora no. El cuento quedó por delante del yo.
Para eso hace falta un maestro, que te sostenga el espejo. El maestro sólo sostiene el espejo y uno debe mirarse.
Comento esto porque tal vez a alguien le pueda servir.
Si comparto aprendo. Si enseño retrocedo.
¿Cuántos son los que se miran en el espejo y reconocen lo que ven?
Gracias por compartir tu experiencia y por esta clase excelente, abrazo
Pedro, qué sabia tus reflexiones. Por eso te podemos decir «maestro». Un orgullo compartir tus talleres.Te admiro mucho: Mónica
Me gusta mucho la parte de dos oídos una boca. no abusar de las palabras….compartir, no ser maestro.
Gracias Pedro.