Cuentos de Joe Show. Gancho de Plata.

Gancho de Plata

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No recuerdo bien la fecha pero sí que fue una mañana de verano. Por Constitución era. Yo andaba frente a la estación de tren, en la plazoleta donde están los refugios de los colectivos. De pronto una trifulca y unos pibes salieron corriendo. -«chau, chorrearon a un gil» – pensé. No. Eran cuatro pibes que estaban corriendo a otro como ellos, esos pibes que andan todo el día por ahí, pensando como hacer la diaria; mangar, chorrear… De pronto voló una patada y al que corrían cayó al piso. Piñas y más piñas y cuando se cubrió para no recibir más dejaron de pegarle. Se levantó doblado de dolor, se notaba; sangraba por la nariz y se puso en guardia. Una guardia zurda tenía, bien perfilado. Pensé, «este es de los míos». Dos se le fueron al humo. Esquivó unos golpes y alguno que otro le entraba pero de pronto sacó un gancho corto al hígado y uno de los pibes cayó fulminado. Otro le tiró un par de zapallazos y los esquivó y otra vez ese gancho preciso. Muñeco al piso. -Ta bien. Ta bien, la cortamos aquí – dijeron los otros dos y se fueron. Puteando se fueron. Lo putearon lindo pero de lejos.
– ¿Estás bien pibe? – le pregunté
-Sí, no pasa nada, esto gile se piensan que me la van a dar a mí.
Desde la vereda de enfrente seguían las puteadas y una frase: ya te vamos a hace cagá hijo de puta, por » el torito » te lo juramo
-! Chupámela hijo de puta! – dijo mi nuevo amigo, el zurdito.
– Tranquilo no ves que son unos cagones. ¡Qué zurda que tenés! Un gancho perfecto. ¿Dónde aprendiste a pelear así? – pregunté.
– En la yeca gil, ¿ te parece que puedo garparme un ginasio?.
-¿ Tenés hambre? Te invito a morfar un sánguche, tengo algo de guita.
– ¿Y para tomar?
– También, vamos a ese café.
– Ni loco ayí, siempre me sacan cagando.
– Bueno, caminemos un poco – le dije -y a las pocas cuadras encontramos un bar.
Lindo el barcito. EL Rey de la Milanesa se llamaba, tenía un cartel con el dibujo de una milanesa con ojos y brazos y piernitas, y se reía la milanesa. Lindo el barcito…
-Dale ¿ quéte pasa? ¿Querés o no querés comer un sánguche?
– Decime gil ¿Vos viste mi pinta? o me estás cargando, ¿cómo pensás que me van a dejar entrar a mí?
– Eso dejalo por mi cuenta.
Entramos, nos sentamos contra la ventana y el puto mozo que no nos venía a atender.
-Te dije gil.- dijo el zurdito.
– ¡Mozo! Dos café con leche y dos de mila bien cargados, vení que te pagó ahora y traeme la cuenta que estamos medio apurados, por favor.
El mozo se acercó y yo le dije: ¿Cuánto te debo? y pelé la guita que tenía en el bolsillo. Me cobró y dijo: – Marchen docafeconleche y un especialdemila!
-¿ Viste cómo nos atendieron? No sé si fue por la guita o porque le dije por favor.
– Por favor las pelotas – Dijo el zurdito, fue por la guita.
– Ché zurdito. ¿Cómo te llamás?
Silencio. Un largo silencio de esos que dura el tiempo al mirar la nada por la ventana del bar.
– Gancho de Plata llamame. Para vos Gancho de Plata.
Le conté, que yo entrenaba en un gimnasio.
– Ginasio- me dijo
– Es lo mismo, zurdito. gimnasio o ginasio es lo mismo. Y tengo un entrenador, Don Guillermo se llama mi entrenador.
– Decime gil , si vos peliá ¿Porqué no te metiste a defenderme?, ¿No viste que eran cuatro?
– Porque cuando te levantaste vi tu mirada y sabía que los ibas a hacer cagar., Tenés la mirada esa que dice don Guillermo. «de puma» mirada de puma tenés. Mirá, el gimnasio queda en mi barrio, por Villa Crespo.
– Ginasio – dijo el zurdito
– Ta bien, si querés ginasio dale, pero venite mañana. Le anoté la dirección.
Al otro día, cuando fui al gimnasio le conté a don Guille todo lo que les acabo de contar a ustedes.
– No dijo nada don Guille. Sabio. No me dijo nada…
Estaba dándole a la bolsa y cuando paré vi los ojos de puma, mirándome.
– Hola – me dijo.
– Hola Gancho de Plata, vení que te presento a don Guille. Don Guille… Don Guille, este es Gancho de Plata. Don Guille saludó con la cabeza y Gancho de Plata saludó igual.
Don Guille no dijo nada y siguió con los pupilos.
– !Dale turco! Sacá las manos turquito, no te dejés. Eso, eso, tirá la combinación.
– ¡Dale! ¡Esa! bien pibe bien, a los vestuarios, a bañarse, no sean Sucios que el agua acá está calientita- Y mañana seguimo -Decía don Guillermo.
Cuando los pibes se fueron a bañar recién habló con Gancho de Plata, pero no le preguntó  como se llamaba o donde vivía. Sabio Don Guillermo.
Le preguntó si le gustaba el Box y Gancho de Plata movió la cabeza, sólo eso, asintió con la cabeza y cuando los pibes salieron de la ducha. Dijo.- Ahora a bañarse la otra tanda! – y fuimos los que quedabamos.- Anda a darte un duchazo pibe, ¿Querés?
Después del baño Don Guillermo le alcanzó una toalla y le dio un pantalón gris, esos de fotting, una camiseta y un buzo que decía. GUILLERMO GYM, Casi nuevo el buzo.
– Tomá pibe, ponete esta pilcha y mañana si tenés ganas venís a entrenar y te llevás la tuya, lavadita.
Gancho de Plata no habló, no podía hablar en ese momento. Era como cuando miraba por la ventana del bar, ese tiempo al mirar la nada por la ventana.
Al rato dijo: – Gracias Don… – eso es todo lo que dijo.
Salimos y le dije – Chau, hasta mañana.
No me contestó pero me miró con esos ojos de puma manso, agachó la cabeza y dio media vuelta perdiéndose entre los coches.
– Dale turco! !Largá las manos! ¡Qué esperás! ¡Esaaaaaa! – Gritaba Don Guillermo
Todos estabamos mirando la pelea del turquito que estaba afilado. Le faltaba confiar un poco más en su combinación y de pronto tiró una andanada terrible. – ¡Bien! – dijo Don Guillermo.
En el descanso del round se abrió la puerta.
Entró Gancho de Plata con el buzo y el pantalón gris.
Silencio…
– ¡Vamooo! sigan, no aflojen, el último round. Sabio don Guillermo…
Don Guillermo dejó que se soltara poco a poco. Primero dándole a la bolsa y después fue soltando la lengua. Nos enteramos que de sus viejos no sabía nada. Qué lo habían encntrado de bebé, medio muerto metido en una bolsa de nylon. En un baldío lo encontraron. Lo llevaron a un horfanato o horfanatorio, qué se yo cómo se dice. La cosa que se crió allí. Como pudo. Con otros iguales a él, huéfanos o abandonados y era duro vivir allí. Morfi Había, pero otras cosas también. Había que cuidar el culo allí. Tenías que saber defenderte. Pelear por un faso, por el morfi. La vida era piliar – decía.
Era como una cárcel. Muchas reglas a cumplir y su espíritu le pedía otra cosa. Calle le pedía, Jugartela en la calle pero no encerrado. Encerrado era como una fiera, todo pasaba allí, sin posibilidad de zafar. Tenías que estar dispierto hasta cuando dormías, sino te la daban o te choreaban – Decía y cuando cumplió doce años, se escapó.
Desde entonces se la rebuscó durmiendo en la terminal de tren o bajo el alero de una casa o a las puertas de un negocio cerrado. Era uno más entre esa legión de parias. Más de una vez lo despertaron de una patada a la mañana.
-Ta bien! ya me rajo, ya me rajo don…
Poco a poco lo fuimos queriendo y en el ring era muy vivo. aguantaba en las cuerdas y después te mandaba el ganchito. Don Guillermo le enseñó toda la técnica.
– Quedate en las cuerdas y esperalo, dejá que camine el otro, que se canse – decía Don Guillermo y Gancho de Plata le hacía caso. Era sabio Don Guillermo.
Tantas cosas había aprendido Gancho de Plata que confieso, los pibes estabamos un poco celosos, porque Don Guillermo hablaba con él en un código que no entendíamos. La cosa era entre ellos dos. – ¡Pegále con la renguita!- Gritaba Don Guillermo y allí llegaba el gancho cortito. Una zurda maestra que te doblaba y si no caías allí. Te llegaba el derechazo que te sacaba del ring.
Comenzaron las peleas interbarriales. Ganabamos perdiamos, pero Gancho de Plata ya tenía veinte peleas, veinte ganadas, todas por KO. Pero no entusiasmaba a la muchachada porque él sólo se defendía contra las cuerdas y allí, cuando se le iban al humo, te ponía en un descuido.
El otro secreto era que siempre peleaba en la misma posición, si el rival era derecho o zurdo, él siempre se paraba igual, cosa rara porque Don Guillermo nos enseñaba» una receta» para cada contrario. Pero el zurdito no tenía otra receta, se paraba siempre igual, con la misma guardia defensiva. A veces le preguntabamos a Don Guillermo – ¿por qué no lo hace ir al frente Don Guillermo? Don Guillermo no contestaba, al rato decía – cosas nuestras, cosas que hablamos Gancho de Plata y yo. Eso decía. Sabio Don Guillermo… y cuando ganaba, Gancho de Plata levantaba el brazo derecho y la mano izquierda, sobre el corazón, hacía una reverencia a cada tribuna. Cuatro reverencias hacía. Siempre lo mismo.
Con el tiempo Don Guillermo le dio trabajo en el gimnasio. Tener el mate listo y las toallas limpias, barrer el gimnasio, pasarle el trapo a las bolsas y a la lona, limpiar los baños. Hasta darle agua fresquita al Tobby. Todo a cambio del entrenamiento y una piecita con una cama turca para dormir.
Fue en verano también , un par de años después de conocerlo. Un día cayó la cana. Cada tanto venían, pispiaban a los pibes y hablaban mate por medio con Don Guillermo. Yo me di cuenta, Gancho de Plata fue al vestuario. Los canas hablaron un rato largo con Don Guillermo en la oficinita.
Salió Don Guillermo con la cara desencajada, atrás los dos canas. Preguntó – ¿ dónde está Gancho de Plata?
Allí recordé el día que lo conocí y esas palabras de los pibes -Ya te vamos a hace cagá hijo de puta, por » El Torito » te lo juramo…
– En el vestuario – dije – fue a bañarse.
Entraron a los baños, la ventana que daba a la calle estaba abierta. Gancho de Plata no volvió más.
A Don Guillermo lo llevaron en cana. Un abogado piola lo zafó, porque probó que Don Guillermo no sabía nada de la vida de Gancho de Plata.
Un día, ya de grande le pregunté a Don Gullermo.
¿ Usted sabía lo que pasó entre Gancho de Plata y El Torito?
Cómo me preguntás eso pibe- me dijo enojado. – No sabía nada de eso. Imaginate que si hubiese sabido … pero sabiÍa otra cosa – dijo.
– ¿Qué cosa Don Gullermo?
¿Sabés por qué tenía ese gancho corto tan perfecto?
– No.
– Tenía una cuchillada en el brazo izquierdo, en la cara interna. Por eso no se veía la cicatriz. Tenía un tendón más corto.
Una vez le pregunté por la herida. Me dijo. No es nada… ese es un regalo de un amigo, El Torito le decían Don Guillermo. El último regalo que me hizo. El último.

Textos: Pedro Parcet.

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