“Sucedió que un año hubo una gran sequía. El cielo se cerró y la tan esperada lluvia no llegó. La tierra se agrietó. La hierba y las gargantas se secaron. No se podía encontrar ni una gota de agua por ninguna parte. Los alimentos se hicieron cada vez más escasos y al final ni los hombres, ni los animales podían encontrar algo que llevarse a la boca. La hambruna y la muerte reinaron por doquier.
En la sabana sólo quedó una familia de hienas formada por el padre hiena, la madre hiena y el hijo hiena que decidieron ponerse en camino para huir de la gran calamidad que había caído sobre todos les seres vivos. Llevaban varios días de marcha agotadora, cuando la madre hiena sucumbió a la fatiga, al hambre y la sed. Su cadáver dio fuerzas para seguir la marcha al padre y al hijo durante varios días.
El hambre no tardó en apoderarse del padre y del hijo y sus fuerzas empezaron a flaquear y tuvieron que pararse. El padre hiena sumido en una profunda meditación se decía:
No quiero morir y tengo una solución, pero tengo que encontrar un buen pretexto que me de la razón ante las tres tribus de hienas: Pelaje amarillo, Pelaje negro y Pelaje gris.
El hijo, intrigado, miraba a su padre con los ojos muy abiertos, cuando este le gritó:
¡Ven aquí pequeño que tengo que contarte algo!
Cuando el hijo estuvo cerca, el padre prosiguió:
Cuentan que en la noche de los tiempos, Allawalan trasmutaba los cuerpos de los animales sin tener en cuenta las especies. ¡Eso es tan cierto como que tú, por lo que estoy viendo, no tienes ojos de cría de hiena, tienes ojos de cordero; has dejado de ser una cría de hiena!
El hijo empezó a dudar sobre las intenciones de su padre y exclamo:
¡Eeeeh! ¡Eeeeh! ¡Padre mío! Soy tu hijo natural ¡Cómo podría convertirme en una cría de ovino!
¡Acabas de darme la prueba, que no ere una cría de hiena, has balado como un hijo de una oveja! ¡Por haber ocupado indebidamente la piel de una cría de hiena, te daré tu merecido!
Sin darle tiempo a reaccionar el padre hiena se abalanzó sobre su hijo y lo devoró.
Por eso se dice que el hambre no se contenta de echar a la hiena del bosque, le hace devorar a su propio hijo.
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