En la narrativa saharaui es característico que los animales hablen y tengan cualidades humanas. Cabe señalar los siguientes personajes:
El Ganfud (el erizo), es el más listo de los animales
Lehbara (la gallina del desierto o ñandú, un animal similar a la avestruz, aunque más pequeño y que vuela). Es un animal pacífico, mediador en los conflictos.
Edib (el chacal), es engañoso, ladrón, astuto, muy amigo de El Ganfud.
Enerab (la liebre del desierto), débil y manejada por los grandes.
Edbaa (el lobo), pertenece a la banda que se inclina siempre a favor de Sbaa, el león.
Sbaa (el león), es el rey de los pequeños y grandes animales. Despótico, ejerce su poder empleando la fuerza.
Pero el personaje más conocido de los cuentos orales saharaui es Shertat.
Se trata de un animal muy parecido a un oso y al igual que los demás animales, habla y se relaciona con los humanos.
Shertat cae siempre en los más catastróficos errores a causa de su torpeza, malos modos y glotonería.
Se trata de defectos que en la sociedad saharaui son mal vistos, aunque vistos en los cuentos causan mucha gracia. Es un personaje al que se pone como ejemplo de lo que no se debe hacer.
Los cuentos de Shertat están tan dentro de la sociedad saharaui que incluso frases de los mismos se utilizan para hacer crítica a un determinado comportamiento no aceptado por la opinión. También ha creado expresiones de uso común. Como ejemplo, la frase «Yama ainik ain enaya», que significa «Mamá tus ojos parecen a los ojos de una oveja», que hoy en día se utiliza para decir a alguien «Estás para comerte».
SHERTAT Y LOS LECHALES En el pastoreo de la vida beduina, los lechales (eljirfan) no solían salir a pastar con el ganado grande. Los corderos se quedaban al lado de las jaimas de sus dueños, mientras los niños los vigilaban y ellos aprendían a pastar con las tiernas hierbecitas que rodeaban las jaimas. A veces los lechales se salían de los límites de sus dueños y molestaban a las jaimas vecinas. Entonces los niños avisaban a la madre de la familia para que los sacaran de allí y los llevaran a los corrales. Un buen día, Shertat, en busca de comida como siempre, encontró unos deliciosos lechales pastando cerca de su jaima. Se abalanzó sobre ellos y empezó a perseguirles. Los corderitos alcanzaron a toda prisa la jaima de sus dueños, muertos de miedo. Shertat en su loca carrera tras ellos no se dio cuenta hasta que se encontró en el interior de la jaima. Entonces reaccionó, ante los sorprendidos dueños, diciendo «¡Eh, cuidad vuestros lechales que nos están molestando!». SHERTAT Y SU MADRE Un buen día Shertat se encontraba en la jaima con su madre. Ese día tenía aún más hambre de lo habitual y le rondaba por la cabeza la imagen de una oveja para comerla. Fijándose mucho en su madre, empezó a verla con aspecto de oveja. Shertat la miró fijamente a los ojos y le dijo, «mamá, mamá, tus ojos parecen a los ojos de una oveja». Y la madre respondió, sabiendo que Shertat estaba hambriento, «mis ojos no parecen en nada a los de una oveja pero si quieres comerme, cómeme». Y Shertat, se la comió. SHERTAT Y LA MANTA En la sociedad beduina saharaui era muy apreciada una manta de piel de cordero lechal, llamada elfaru en hassania, la lengua de los saharauis. Una noche Shertat dormía con su familia, arropados todos con un faru, tan grande que cubría a todos los habitantes de la jaima. Habían cenado copiosamente y, después de dar gracias a Aláh por haberles proporcionado tan ricos platos, se fueron a dormir. Shertat se despertó en medio de la noche con mucha hambre. No sabiendo que comer, empezó a mordisquear el trozo de elfaru que le tapaba. Lo encontró muy rico y siguió comiéndolo hasta llegar a la parte que cubría a la suegra. Ahí se paró por temor a despertarla y quedar en vergüenza por lo que había hecho. Pero Shertat no estaba aún satisfecho y recordó que por la mañana había dejado en el campo un camello muerto. Decidió ir a buscarlo, mientras los pastores dormían. Por la mañana, la familia despertó y se encontró que de elfaru sólo quedaba la parte que cubría a la suegra. Sorprendidos, empezaron a buscar a Shertat siguiendo sus huellas. Finalmente lo encontraron dormido profundamente rodeado de los restos del camello que había devorado. La familia despertó a Shertat. «¿Qué haces aquí?». Y Shertat respondió, «¡Qué vergüenza, que mal duermo!. Estuve toda la noche dando vueltas y amanecí aquí». SHERTAT Y EL TROZO DE CARNE Shertat iba caminando de noche por el desierto en busca de algo de comer. Unos cazadores habían dejado un solo trozo de carne tirado en el suelo junto a unas cuantas piedras del mismo tamaño que la carne. Se paró Shertat al llegarle el sabroso olor y exclamó, «Al hamdu lillah». Contó todas las piedras y el trozo de carne, pensando que todos eran chicha. Shertat se relamió. «Con tanta carne está noche estaré repleto». Sin pensarlo, se abalanzó sobre la primera piedra y la tragó creyéndola un trozo de la carne; la segunda, la tragó; la tercera, la tragó; así hasta se quedó sólo el pedazo de carne. Shertat lo miraba diciendo, «Al hamdu lillah, me he llenado y todavía ha sobrado un buen trozo de carne».
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