Checoeslovaquia Heykal

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Hey, hey, hey…Según las leyendas populares, en los bosques checos se oían muy a menudo estas llamadas de los fantasmas denominados “Heykal”.
 
El Heykal era un hombrecillo muy diminuto, de tamaño de un muñeco. En su carita destacaban unos ojos desencajados.
 
En la cabeza llevaba un sombrero de copa alta y andaba trajeado con una chaquetilla y un pantalón ancho de color gris. Sus pies descalzos tenían garras como las patas de un gato.
 
Cuando el Heykal se agarraba a una rueda del carro, ni un par de bueyes eran capaces de poner el vehículo en marcha.
 
En la Meseta Checomorava los bosques estaban infestados de los Heykal. La persona que respondiera a su ”hey,hey,hey” tenía en un instante al fantasma sobre la espalda, sin poder librarse de él. Precisamente esto le sucedió a un carpintero que regresaba de noche a su casa por un bosque.
 
Al escuchar “hey, hey,hey”, el hombre pensó que era la voz de una persona que se había extraviado. Respondió y ya el Heykal estaba sentado sobre su espalda.
A lo largo del camino, el carpintero sentía un enorme peso como si cargara un saco de piedras.A pesar de ser un hombre recio, al llegar a la puerta de su casa, se desplomó de agotamiento.
 
Otro vecino de la Meseta Checomorava llegó con el Heykal sobre la espalda hasta el patio de su finca. Allí se le ocurrió una forma drástica de librarse del fantasma. Se acercó corriendo al estercolero y de espaldas se arrojó al montón de inmundicias.
 
Pero el malicioso fantasma fue más rápido. Saltó de la espalda del hombre y relinchaba de contento y daba patadas en el suelo al ver al campesino tumbado en su camisa blanca sobre el maloliente estiércol.
 
Ahora hacemos una escala en la sierra de Šumava que se alza al sudoeste de Bohemia, en la frontera con Alemania.
 
Cuando en el invierno la nieve llegaba hasta las ventanas de las casas dispersas por los montes de la boscosa sierra de Šumava, los serranos quedaban aislados. Ni un fuerte caballo era capaz de abrirse camino a través de la nieve.
Lo tenían difícil los vivos, y también los muertos. Debido a los caminos impracticables, era imposible trasladar al difunto al cementerio, distante varios kilómetros.
 
La única solución era postergar el entierro. Hace 500 años surgió la costumbre de colocar al fallecido primero en la llamada tabla del difunto que se situaba al aire libre al lado de la casa. Allí permanecía hasta que cesaban los fríos y era posible sepultarlo en el cementerio.
 
Después del entierro las tablas del difunto se dejaban al lado de la capilla, en los cruces de caminos o al pie de un árbol memorable. En los días festivos se adornaban con flores.
 
La costumbre de los serranos dio origen a varios cuentos tétricos.
 
Un codicioso carpintero esperó hasta que un fallecido fuese enterrado y en una noche oscura robó su tabla. La utilizó para fabricar una cama que entregó a una pareja el día de su boda.
 
La cama era magnífica.La admiraron todos los invitados a la fiesta de boda que se celebró en la casa del novio.
Cuando los invitados se marcharon, los recién casados estaban ansiosos por abrazarse en su nueva cama.
 
Sonaron las primeras campanadas de la medianoche en la torre de la iglesia del pueblo cuando la pareja se dio el primer beso…
 
Fue también el último de esa noche porque después sucedió algo espantoso.
 
La cama crujió y luego cayó al suelo, hecha pedazos. Entre los recién casados apareció el difunto de la tabla robada, envuelto en un sudario blanco.
 
Extendía a la pareja sus brazos descarnados, batía pavorosamente con los dientes y giraba rápidamente la calavera. Los aterrados esposos salieron corriendo de la casa. El difunto se lanzó en pos de ellos.
 
Los persiguió hasta la puerta de la iglesia donde se refugiaron. El párroco conjuró al difunto con una custodia.
 
La pareja se quedó en la iglesia hasta el amanecer. Cuando regresaron a su hogar, todo estaba en orden. Sólo la cama quedó reducida a astillas.
 
Por haber profanado el carácter sagrado de una tabla del difunto, el codicioso carpintero fue convertido después de muerto en un fantasma.
 
Otro carpintero fabricó de la tabla del difunto una de cocina. Cuando una campesina empezó a cortar en ella fideos, éstos se pusieron a mordisquear a la mujer en los brazos y en las piernas. La tabla de amasar rompió los cristales de la ventana y voló rumbo al cementerio.
 
En la Edad Media, la ciudad de Beroun, situada 60 kilómetros al oeste de Praga, florecía de manera extraordinaria. Prosperaban tanto los alfareros como los fabricantes de paños, medias, cuchillos y clavos, así como los tejedores.
 
En los alrededores de la ciudad se explotaban canteras y caleras y en los viñedos y campos de lúpulo se recogían abundantes cosechas.
 
Las arcas del ayuntamiento de Beroun rebosaban de dinero, gestionado con extraordinario rigor por el concejo municipal. Pero estalló una guerra y los soldados que habían tomado la ciudad, capturaron al alcalde al que exigieron el dinero de las arcas municipales.
 
A pesar de las torturas, el alcalde no reveló donde estaba escondido el dinero. Los ocupantes buscaron en el ayuntamiento, en varias casas y hasta en el cementerio, pero sin éxito.
 
Enfurecidos, ataron al alcalde a la cola de un caballo y lo arrastraron por las calles de Beroun hasta que expiró.
 
Poco tiempo después empezó a aparecerse en la ciudad el espíritu del infortunado alcalde en forma de un duende que se anunciaba dando leves golpes en la pared.
 
Esta actividad se llama en checo “klepat” y de ahí el nombre de Klepáček que le pusieron los vecinos de Beroun. El duende solía aparecerse frecuentemente en la alcaldía. La gente concluyó que allí había escondido el dinero y que lo seguía vigilando.
 
El espíritu del alcalde velaba también por el honesto comportamiento de los vecinos, castigando las infracciones con maliciosas burlas.
 
Klepáček ponía especial celo en vigilar el patrimonio municipal, cuidando que nadie malversase los dineros públicos. Jamás escapó al castigo del duende el funcionario del ayuntamiento que intentase robarlos.
 
Un día el escribano del ayuntamiento de Beroun robó de las arcas municipales una abultada suma. Tarareando una alegre canción se dirigió a la taberna donde quería invitar a sus amigotes a una farra, costeada con el dinero robado. El malversador no se dio cuenta de que Klepáček le pisaba los talones.
 
Una vez en la taberna, el escribano pidió una jarra de cerveza, pero antes de que pudiera acercarla a la boca, el duende le echó su contenido a la cara.
 
El desconcertado funcionario encargó otra cerveza,pero el duende le sopló inesperadamente en la oreja, imitando el sonido de una trompeta, de manera que el malversador derramó la bebida.
 
El escribano pidió por tercera vez la cerveza, pero tampoco pudo saborearla porque el duende había echado en la jarra un puñado de polvo.
 
El duende Klepáček hizo semejantes diabluras al escribano durante un año entero. El funcionario, demacrado y envejecido, confesó al fin que había malversado dineros municipales.
 
Se condenó a sí mismo y un día los vecinos lo encontraron ahorcado. La gente temía cortar la soga porque veía que sobre la cabeza del ahorcado estaba sentado un diminuto duende que soltaba carcajadas siniestras.
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POLONIA LOS CABALLEROS DURMIENTES DE WAWEL

LOS CABALLEROS DURMIENTES DE WAWEL
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   Los montañeses, que con frecuencia llegaban a Cracovia a través de las llanuras que hay en la falda de las montañas, impresionados por la magnitud del Castillo de Wawel, conservan una antigua leyenda que cuenta que en el interior de la colina en la que se alza un castillo existe otra fortaleza subterránea, si bien esta no es tan silenciosa, triste, sorda y sepulcral, sino que es hermosa, está llena de luz, resplandece como el oro, tiene un tejado hecho de coral y siempre está iluminada por el sol. Contemplar esta otra fortificación es algo tan grato como antaño lo fue mirar el Castillo de Wawel, hoy vacío.
   En el castillo subterráneo hay una sala enorme, como una iglesia, en la que se guardan muchas armaduras, espadas y banderas colgadas. En el centro de esta estancia hay una mesa alrededor de la cual permanecen sentados todos los reyes polacos, vestidos con sus trajes de ceremonia de coronación. Una vez al año se oye el estruendo y el relinchar de los caballos, el sonido de las trompetas y el bullicio de una batalla. Entonces el monarca Boleslao el Valiente se levanta de la mesa portando una espada que brilla con una extraña luz y que le fue entregada por un ángel. El Rey sale de la ciudad subterránea justo a medianoche y, con paso lento, recorre los patios del castillo. Su armadura resuena con un sonido metálico sordo. Si se encuentra con algún mortal bondadoso, entonces este puede ver al Rey en toda su esplendorosa figura y siente alegría y alivio en su corazón. Sin embargo, si con quien se topa es alguien malvado, no ve nada en absoluto y sólo le invadirán el miedo y la tristeza y se desmayará inconsciente.
   La imaginación de los montañeses cuenta que la salida del castillo subterráneo se realizaba a través de la cueva de un dragón que habita en la parte baja del Castillo de Wawel. Esta salida, oscura y misteriosa, estuvo rodeada durante años de mucho encanto poético, pero ahora las manos alemanas han convertido el castillo en una fortaleza, recorrieron esta cueva excavada en la roca por la naturaleza y borraron en ella todo su viejo encanto.
   Sin embargo, el pueblo de Cracovia mantiene la creencia de que cuando va a ocurrir una gran desgracia en el país se oyen cantos religiosos llenos de tristeza en los subterráneos del castillo y de la catedral, y quien los escucha no puede reprimir las lágrimas.

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