Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.
Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol.
En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a la medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.
Yo tampoco he elegido,
pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
mucho menos individuo.
Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
partícula del paisaje sacudida por el viento.
Alguien mucho menos feliz,
criado para un abrigo de pieles
o para una mesa navideña,
algo que se mueve bajo el cristal de un microscopio.
Árbol clavado en la tierra,
al que se aproxima un incendio.
Hierba arrollada
por el correr de incomprensibles sucesos.
Un tipo de mala estrella
que para otros brilla.
¿Y si despertara miedo en la gente,
o sólo asco,
o sólo compasión?
¿Y si hubiera nacido
no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos?
El destino, hasta ahora,
ha sido benévolo conmigo.
Pudo no haberme sido dado
recordar buenos momentos.
Se me pudo haber privado
de la tendencia a comparar.
Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera
lo que habría significado
ser alguien completamente diferente.
–
LAS NUBES
Con la descripción de las nubes
debería darme mucha prisa,
en una milésima de segundo
dejan de ser ésas y empiezan a ser otras.
Es propio de ellas
no repetirse nunca
en formas, matices, posturas y orden.
Sin la carga de ningún recuerdo
se elevan sin problemas sobre los hechos.
¡De qué van a ser testigos!,
en un segundo se disipan en todas direcciones.
Comparada con las nubes
la vida parece tener los pies sobre la tierra,
se diría que es inmutable y prácticamente eterna.
Frente a las nubes
hasta una piedra parece un hermano
en el que se puede confiar
y las nubes, nada, primas lejanas y frívolas.
Que exista la gente si quiere,
y después que se muera uno tras otro,
poco les importa a las nubes
esas cosas
tan extrañas.
Sobre toda Tu vida
y también la mía, aún incompleta,
desfilan pomposas igual que desfilaban.
No tienen la obligación de morir con nosotros.
No necesitan ser vistas para poder pasar.
–
NEGATIVO
En un cielo pardo
una nube más parda todavía
y el negro círculo del sol.
A la izquierda, es decir a la derecha,
la blanca rama de un cerezo con sus negras flores.
En tu oscuro rostro blancas sombras.
Te sentaste a la mesa
y pusiste en ella tus agrisadas manos.
Pareces un espíritu
que intenta invocar a los vivos.
(Como aún me cuento entre ellos
debería cobrar presencia y dar unos golpes:
buenas noches, es decir, buenos días,
adiós, mejor dicho, bienvenido.
Y no escatimarle preguntas a ninguna respuesta
si el sujeto es la vida
o, lo que es lo mismo, la tormenta que precede a la calma.
–
EL TELÉFONO
Sueño que me despierto
porque oigo el teléfono.
Sueño la seguridad
de que me llama un muerto.
Sueño que estiro la mano
para alcanzar el teléfono.
Pero ese teléfono,
distinto al que era,
se ha vuelto pesado,
como si agarrara a algo,
como si se clavara en algo,
como si sus raíces se enredaran con algo.
Tendría que arrancarlo
junto con toda la Tierra.
Sueño mi forcejeo
inútil.
Sueño con el silencio
porque ya no suena.
Sueño que me duermo
y me despierto de nuevo.
–
LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS
Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.