Recopilado de los cuentos africanos de Nelson Mandela.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando Kaggen creó a los animales, no había fuentes, ni ríos, ni charcas en la tierra. Los animales sólo tenían para beber la sangre ajena y para comer, la carne que cubría los huesos de los demás. Sí, aquellos fueron tiempos sangrientos, en los que ninguna vida estaba a salvo.
El Elefante, que era el mayor de todos, dijo:
– No podemos seguir así. Ojalá me muriese. Así mis huesos se convertirían en árboles frutales, mis tendones se volverían tallos que se extenderían por el suelo y darían melones, y mi pelo se transformaría en una pradera.
Y los animales le preguntaron:
-¿Hasta cuándo tendremos que esperar, Elefante? ¿Hasta cuándo? ¡Porque los elefantes tienen una vida larga, muy larga!
– No lo sé -repuso el Elefante-. Eso habrá que verlo.
Pero la Serpiente dijo:
– ¡Yo os ayudaré! – y sin dar tiempo a que el Elefante se moviera, le clavó sus colmillos venenosos y no lo soltó hasta que murió.
Hubo entonces una auténtica avalancha de animales: el León y el Leopardo, el Chacal y la Liebre, y hasta la vieja Tortuga de torpes patas se abalanzaron sobre el Elefante. Comieron y comieron de su carne, y bebieron de su sangre, y no se detuvieron hasta que no dejaron más que huesos, tendones y pelo. Como ya todos estaban satisfechos, se retiraron a dormir.
Al despertarse al día siguiente, los animales empezaron a quejarse de nuevo:
– Ahora que ha muerto el Elefante y hemos comido toda su carne, ¿dónde vamos a encontrar comida?
Y, si hubieran tenido lágrimas, seguro que habrían llorado; pero el sol les había resecado los cuerpos e incluso los ojos.
– ¡No os preocupéis! -dijo la Serpiente-. ¿No os acordáis de la promesa que nos hizo el Elefante?
– Dijo que cuando muriese… –replicaron los animales-. Pero tú lo has matado.
– Dejad ya de quejaros -insistió la Serpiente-. No nos precipitemos. Vamos a esperar a ver qué pasa. ¿Hay alguien que quiera beber mi sangre?
Como temían sus colmillos envenenados, los animales permanecieron en silencio.
Esa noche, cuando las estrellas fueron saliendo una a una de su lugar de reposo, en el firmamento había un nuevo fulgor.
– ¡Es el espíritu del Elefante! -exclamaron, asustados, los animales-. No cabe duda de que va venir a eliminamos a todos.
– Vamos a esperar a ver qué pasa -dijo la Serpiente.
Los ojos del Elefante eran dos ascuas incandescentes y brillantes que ascendieron por el cielo y se detuvieron justo encima del paraje donde los animales habían devorado su cuerpo.
De pronto, sus huesos se enderezaron y echaron raíces y ramas cargadas de fruta. Y sus tendones se extendieron por toda la tierra y de ellos crecieron melones tsamma. Y su pelo se convirtió en una pradera de abundante pasto.
– ¡Ya tenemos comida! -exclamaron los animales, y se pusieron a pastar. Algunos animales, los que no podían sobrevivir sin carne ni sangre, se alejaron sigilosos al amparo de la noche. Esos animales eran el León y el Leopardo, el Chacal y el Lobo, el Gato Salvaje y la Lechuza.
Y cuando los demás animales dormían, salían furtivamente de sus guaridas para matar y devorar. El Halcón era tan descarado que buscaba a sus presas a plena luz del día. Sólo el Buitre dijo:
– Yo también quiero carne, pero no pienso matar.
A pesar de que ya tenían alimentos, los animales aún no estaban contentos.
– ¡Agua! ¡Agua! ¡Agua! -clamaban-. Nos morimos de sed.
– Pero si la fruta está llena de agua -dijo la Serpiente-. Y los tsammas y la hierba.
– ¡Agua! ¡Agua! ¡Agua! -gruñían los animales y, como antes, empezaron a buscar entre ellos la sangre más joven y dulce para bebérsela.
– El Elefante ha entregado su cuerpo por vosotros -les amonestó la Serpiente-. Y yo he entregado mi veneno. Pero vosotros sólo sabéis quejaros -los animales no habían comprendido que la Serpiente había gastado hasta la última gota de su veneno para matar al gigantesco Elefante-. Esperad un momento. ¡Yo os daré agua! -dijo la Serpiente.
Se introdujo por una oquedad del suelo y se puso a silbar, a soplar y a arrojar chorros de agua por la boca hasta que los regueros subterráneos afloraron burbujeando a la superficie, en las llanuras baldías y los terrenos bajos.
– Ya tenemos fuentes, ríos y charcas -dijeron, muy satisfechos, los animales.
Así fue como los animales recibieron comida y agua, y hasta el día de hoy se sigue hablando de la hierba del elefante y del agua de la serpiente.