Una vez, a un chacal se le clavó una espina en una pata. Cojeaba, apogado en tres de sus patas, cuando se encontró con una vieja que estaba sacando agua de un pozo. El chacal le dijo:
-Por favor, abuelita, sé buena y sácame la espina de la pata…
La vieja encontró la espina, se la sacó y la tiró. El chacal, muy contento, se puso a correr sobre sus cuatro patas. Pero de improviso, volvió tristón y dijo:
-Y ahora, abuelita, ¿quieres devolverme mi espina? La vieja, sorprendida, respondió:
-Sabes muy bien que la he tirado.
Entonces el chacal se puso a llorar y a lamentarse porque la vieja había perdido su espina. La viejecita se compadeció y le dijo:
-Cálmate y no llores, pequeño. Te daré un huevo.
Lo llevó a su casa y le dio un huevo. El chacal cogió el huevo y se puso a andar por el pueblo. Se detuvo ante la primera puerta que vio y llamó:
-Perdone la molestia, buen hombre. ¿Podría alojarme por esta noche?
El campesino abrió la puerta y lo hizo entrar. El chacal preguntó:
-¿Dónde puedo guardar mi huevo?
-Guárdalo en la jaula junto al conejo -dijo el campesino.
Durante la noche, el chacal se levantó, hizo un pequeño agujerito en el huevo, se lo bebió y dejó la cáscara vacía en la jaula. A la mañana siguiente, dijo:
-Buenos días, buen hombre, ¿puedes devolverme mi huevo?
Pero del huevo sólo había quedado la cáscara. El chacal se puso a llorar y a lamentarse de que el conejo había cogido su huevo. El campesino se compadeció y le dijo:
-Cálmate y no llores, pequeño. Te daré a cambio otro huevo.
Pero el chacal respondió:
-No, si el conejo se ha comido mi huevo, ¡quiero el conejo!
Y el buen hombre, amablemente, se lo dio. El chacal cogió el animal y se fue andando hasta que llegó al pueblo más próximo. Llamó a la primera casa que encontró:
-Perdón por molestarlo, buen hombre. ¿Podría hospedarme aquí por esta noche?
El campesino abrió la puerta y lo hizo entrar. El chacal preguntó:
-¿Dónde puedo dejar mi conejo?
-Ponlo en el establo con la cabra -dijo el campesino.
Durante la noche, el chacal se levantó, se comió el conejo y dejó la piel en el establo. Por la mañana, en cuanto despertó, dijo:
-Adiós, buen hombre, ¿podría darme mi conejo?
Pero del conejo sólo había quedado la piel. El chacal comenzó a llorar y a lamentarse de que la cabra se había comido su precioso conejo. Al campesino le dio mucha pena y le dijo:
-Cálmate, pequeño, y no llores. Te daré otro conejo.
Pero el chacal respondió:
-No, como la cabra se ha comido mi conejo, quiero la cabra.
Y el campesino, amablemente, se la dio. El chacal cogió la cabra y se fue camino de otro pueblo. Llamó a la primera casa que encontró:
-Perdone la molestia, buen hombre. ¿Podría alojarme por esta noche?
El campesino abrió la puerta y lo hizo entrar. Y el chacal preguntó:
-¿Dónde puedo dejar la cabra?
-Ponla a los pies de la cama de mi hijo -respondió el campesino.
Durante la noche el chacal se levantó, se comió la cabra y dejó sus cuernos en la cama del niño. Después volvió a dormir. Cuando, por la mañana, se despertó, dijo:
-Buenos días, buen hombre, ¿te molestaría devolverme mi cabra?
Pero de la cabra sólo habían quedado los cuernos. El chacal se echó a llorar lamentándose porque el niño se había comido su preciosa cabrita. El campesino se compadeció y le dijo:
-Cálmate, pequeño, y no llores. Te daré otra en su lugar.
Pero el chacal respondió:
No, como tu hijo se ha comido la cabra, me llevo a tu hijo.
Y el campesino, amablemente, cogió un saco y se lo dio al chacal, diciéndole que el niño iba dentro.
El chacal cogió el saco y se fue. Cuando llegó a la colina, abrió el saco para echar un vistazo al niño. Pero el amable campesino había metido en el saco, en lugar del niño, dos enormes perros. Cuando el chacal abrió el saco, los perros salieron y, antes de que el chacal pudiese reaccionar, se echaron sobre él y lo hicieron pedazos.