Cuentos de kitsune. zorros japoneses

Hace mucho tiempo existía una pequeña y solitaria casa en lo profundo de los bosques del Norte de Japón. La casa era el hogar de un cazador, quien solía alimentarse con los conejos, aves y otras presas que se encontraban en aquellas montañas y bosques.

Como cabría esperar de un hombre viviendo sólo en las profundidades de uno de los ya de por sí más solitarios parajes de Japón, el cazador vivía al día; si no era capaz de encontrar algún ave, un jugoso conejo o algún otro animal, no tendría nada que comer a excepción de algunos magros vegetales que él mismo cultivaba.

Un día de otoño, muy parecido a cualquier otro, el hombre se encontraba cazando en los bosques, en una montaña llamada Shinoda-ga-mori. Él podía sentir que algo no andaba bien. Desde hacia varias semanas las manadas de animales habían estado escaseando, al igual que las aves, lo que le hacía cuestionarse: «¿A dónde habrán ido todos los animales?»

Consternado, continuó su camino hasta llegar a un arroyo donde se encontró con un zorro (キツネ Kitsune) . Los zorros no son muy buenos para comer, por supuesto; su carne es poca, pero ante tanta necesidad, poca carne era mejor que no tener carne alguna.

Al igual que el cazador, el zorro se veia hambriento y delgado, aunque no por eso perdia su magnificencia: su piel era gruesa y su cola -de un rojo intenso- era prueba de que éste ejemplar había visto ya varios inviernos.

El cazador preparó su rifle.

El zorro, que hasta entonces había estado bebiendo agua del riachuelo sin percatarse de la presencia del hombre, levantó la vista justo antes que éste tirara del gatillo. El cazador dudó, y el zorro se sentó lentamente sobre sus patas traseras, sin apartar nunca la vista del hombre, y juntó sus patas delanteras como si estuviera rezando, implorándole al cazador por su vida.

El hombre se quedó perplejo: nunca antes en todos sus años de cazador -que no eran pocos- había visto tal comportamiento. El cazador sabía que lo único que tenia que hacer era tirar del gatillo para disfrutar de su cena más una piel abrigadora para los meses de invierno. El zorro parecía saberlo también, y esto de alguna manera conmovió el corazón del cazador quien lo dejó ir.

El zorro hizo una rápida reverencia y se alejó dejando al cazador anonadado, preguntándose qué había hecho y con el estómago gruñéndole.

La noche comenzó a caer y el cazador tuvo que regresar a su casa sin nada más que las últimas verduras que le quedaban para acallar su hambre.

El cazador estaba acostumbrado a vivir en aquellas tierras solo, con alguna ocasional visita de algún leñador que pasara por las cercanías o fugitivos, por lo que se sorprendió cuando alguien llamó a su puerta, y más sorprendido quedó de ver que era una mujer la que se encontraba afuera.

– Buenas noches -, dijo la dama.

– Buenas noches -, respondió el cazador cautelosamente.

El cazador la invitó a pasar, pues se sentía solo, y muchas veces deseaba tener a alguien con quien poder conversar en noches tan frías como esta.

La muchacha le contó que iba a visitar a sus familiares que vivían del otro lado de las montañas, y sin querer se había desviado del camino y se había perdido. El hombre se disculpó pues solo tenia unas pocas verduras y algo de sake, pero la mujer le ofreció de la comida que ella llevaba para sus familiares en agradecimiento. Y casi instantáneamente ella preparó las más exquisitas comidas para el cazador: conejo, pollo y hasta papas dulces de postre. Él quedó satisfecho por primera vez en mucho tiempo.

Los dos conversaron mientras comían, y se extendieron hasta ya entrada la noche. A la mañana siguiente la mujer le dijo que le agradaba mucho el hogar del cazador, rodeado de montañas y ríos y bosques.

– «¿Te importaría que me quedara un poco más?»

Por supuesto que al cazador no le importó. Pronto ese ‘un poco más’ se convirtió en semanas y las semanas en meses y los meses en años, y poco a poco los dos se encariñaron el uno con el otro. Eventualmente la mujer se dio cuenta que estaba encinta, y después dio a luz al hijo del cazador.

Las cosas mejoraron mucho para el cazador, los animales volvían a caer en las trampas, él y su esposa y su hijo Dojimaru tenían carne en abundancia, y con la ayuda de la mujer su magro jardín había crecido y ahora tenia una mayor variedad de plantas.

Un día, sin embargo, cuando después de haber dado la vuelta a una colina desde donde se divisaba su hogar el cazador pudo observar a su esposa cuidando a su hijo, y al lado de los dos ¡una cola roja!

Enojado, el cazador cayó en la cuenta de que había sido engañado por el zorro al que salvó la vida, y sin pensarlo regresó furioso a su casa.

– ¡Date un baño! – gritó.

– ¿Pero y el niño…?

– ¡Yo lo cuidaré!

El hombre sabia que a los zorros les disgusta el agua, por lo que pensó que si ella se negaba a bañarse, se probaría el verdadero origen de la mujer. Sin embargo ella accedió y al poco tiempo él hombre escuchó el golpetear del agua.

Pero el cazador no quedó contento con esto, así que buscó una rendija a través de la cual poder observar a su mujer, y cuando la encontró, fue grande su sorpresa, ya que la mujer estaba usando su cola para remover el agua.

Aun así, él cazador la había amado, pero el pensar en el futuro que tendría su hijo lo hacia rabiar, ya que si alguien descubría la identidad de su madre harían mofa de él. De esta manera decidió enseñarle al niño cómo comportarse, escribiéndole en un cuaderno lo que debía o no hacer:

· Nunca te pares en la vía que divide los tatami y la puerta, pues la gente es supersticiosa acerca de esto.

· Nunca caces mariposas, libélulas u otros insectos. Los zorros y otros animales podrán hacerlo, pero nunca las personas.

· Nunca tragues de un bocado tu comida, ya que el hacerlo es signo de malas costumbres.

Una vez terminada su lista, se volvió hacia la mujer-zorro quien se había transformado de nuevo en humano.

– Yo soy el zorro de Shinoda-ga-mori-, dijo ella.

– ¿Así me pagas por haber salvado tu vida?

– No. Yo ya te había pagado, pero eso fue hace mucho tiempo. Te di comida en lugar de mi propia carne, me quedé contigo y te di compañía porque estabas tan solo que ni tu mismo te dabas cuenta.»

Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras hablaba.

– Te he dado un hijo -, le dijo, recuperando su compostura-. Ahora cuida bien de él, que yo he de regresar a Shinoda-ga-mori.

Al día siguiente ella se fue dejándole una nota:

«Si el niño llora y llora y no para, tráelo a Shinoda-ga-mori. Si tienes problemas con el niño, tráelo a Shinoda-ga-mori. Por favor cuídalo mucho.»

No pasó mucho tiempo hasta que Dojimaru notó la falta de su madre y comenzó a llamarla con llantos desesperados. El padre no podía callarlo, por lo que se decidió a llevarlo a al bosque como había dicho su mujer.

Al poco tiempo de haber llegado apareció un zorro frente al hombre y su desconsolado hijo, y Dojimaru, al ver a un zorro por primera vez en su vida,se asustó mucho, tanto que se ocultó detrás de su padre y cesó su llanto.

El cazador entendió entonces que esta era la forma en la que el zorro había planeado detener al niño para buscar a su madre. También entendió el dolor de la madre al observar cómo su hijo se escondía temeroso de ella.

Padre e hijo regresaron entonces a casa. El niño tuvo una infancia normal hasta que el cazador le enseñó a leer y escribir. Dojimaru aprendía a una velocidad sorprendente docenas de caracteres chinos cuando otros niños sólo aprendían unos pocos. Lo mismo pasaba con las matemáticas, que mientras los otros niños de su edad tenían problemas con la suma y la resta, Dojimaru se aburría ya con las multiplicaciones y divisiones; esto era por supuesto, resultado de su herencia.

Así, Dojimaru tuvo gran éxito en la vida y pronto fué él quien proveía a su padre con todo lo necesario, haciendo que el cazador dejara de cazar por necesidad.


La luna Alemania Grimm

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Talleres de narración.

La luna

En tiempos muy lejanos hubo un país en que por la noche estaba siempre oscuro, y el cielo se extendía como una sábana negra, pues jamás salía la luna ni brillaban estrellas en el firmamento.

De aquel país salieron un día cuatro mozos a recorrer el mundo, y llegaron a unas tierras en que al anochecer, en cuanto el sol se ocultaba detrás de las montañas, aparecía sobre un roble una esfera luminosa que esparcía a gran distancia una luz clara y suave; aun cuando no era brillante como la del sol, permitía ver y distinguir muy bien los objetos. Los forasteros se detuvieron a contemplarla y preguntaron a un campesino, que acertaba a pasar por allí en su carro, qué clase de luz era aquella.

– Es la luna -, respondió el hombre -. Nuestro alcalde la compró por tres escudos y la sujetó en la copa del roble. Hay que ponerle aceite todos los días y mantenerla limpia para que arda claramente. Para ello le pagamos un escudo a la semana.

Cuando el campesino se hubo marchado, dijo uno de los mozos:

– Esta lámpara nos prestaría un gran servicio; en nuestra tierra tenemos un roble tan alto como éste; podríamos colgarla de él. ¡Qué ventaja, no tener que andar a tientas por la noche!

– ¿Sabéis qué? – dijo el segundo -. Iremos a buscar un carro y un caballo, y nos llevaremos la luna. Aquí podrán comprar otra.

– Yo sé subirme a los árboles – intervino el tercero -. Subiré a descolgarla.

El cuarto fue a buscar el carro y el caballo, y el tercero trepó a la copa del roble, abrió un agujero en la luna, lo atravesó con una cuerda y la bajó. Cuando ya tuvieron en el carro la brillante bola, la cubrieron con una manta para que nadie se diese cuenta del robo, y de este modo la transportaron, sin contratiempo, a su tierra, donde la colgaron de un alto roble. Viejos y jóvenes sintieron gran contento cuando vieron la nueva luminaria esparcir su luz por los campos y llenar sus habitaciones y aposentos. Los enanos salieron de sus cuevas, y los duendecillos, en su rojas chaquetitas, bailaron en corro por los prados.

Los cuatro se encargaron de poner aceite en la luna y de mantener limpio el pabilo, y por ello les pagaban un escudo semanal. Pero envejecieron, y cuando uno de ellos enfermó y previó la proximidad de la muerte, dispuso que depositasen en su tumba, al enterrarlo, la cuarta parte de la luna, de la que era propietario. Cuando hubo muerto, subió el alcalde al roble y, con las tijeras de jardinero, cortó un cuadrante, que fue colocado en el féretro. La luz del astro quedó debilitada, aunque poco. Pero a la muerte del segundo hubo de cortar otro cuarto, con la consiguiente mengua de la luz. Más tenue quedó aún después del fallecimiento del tercero, que se llevó también su parte; y cuando llegó la última hora del cuarto, las tinieblas volvieron a reinar en el país. La gente que salía por la noche sin linterna, se chocaba y discutía.

Pero al unirse, en el mundo subterráneo, los cuatro cuadrantes de la luna e iluminar el reino de las eternas tinieblas, los muertos comenzaron a agitarse y a despertar del último sueño. Extrañáronse al sentir que veían de nuevo: la luz de la luna les bastaba, pues sus ojos se habían debilitado tanto que no habrían podido resistir el resplandor del sol. Levantáronse de sus tumbas y, alegres, reanudaron su antiguo modo de vida: los unos se fueron al juego o al baile; los otros corrieron a las tabernas, donde se emborracharon, alborotaron y riñeron, acabando por sacar las estacas y atacarse mutuamente. El ruido era cada vez más estruendoso, y acabó dejándose oír en el cielo.

San Pedro, celador de la puerta del Paraíso, creyó que el mundo de abajo se había sublevado, y corrió a concentrar a las celestiales huestes para rechazar al enemigo, caso de que el demonio, al frente de los suyos, intentara invadir la mansión de los justos. Pero viendo que no llegaban, montó en su caballo y se dirigió al mundo subterráneo. Allí aquietó a los muertos y los hizo volver a sus sepulturas: luego se llevó la luna y la colgó en lo alto del firmamento.

Un niño en el seno de su madre… Sufi

Bismillah…

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Dice un viejo cuento sufí que cuando un niño está en el seno de su madre tiene todo el conocimiento del mundo.

Sabe cuántas estrellas hay en el firmamento, cuántas gotas hay en el mar y cuántos granos de arena en el desierto.

Conoce los misterios del cielo y las estrellas, y conoce hasta la última letra de la Torah. No hay misterio sobre la faz de la tierra que desconozca, ni misterio en el cielo o en el mar que no pueda resolver.

Pero cuando está a punto de nacer, su ángel de la guarda baja del cielo y colocando un dedo sobre sus labios sella todo su conocimiento dentro de él, y le susurra una sola palabra:

Aprende

 

 

 

 

 

El tiempo del sueño. Australia

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En el origen de los tiempos no había nada.  Nada, excepto el Gran Espíritu Creador de la Vida. Por mucho tiempo no hubo nada. Entonces, un día, el Gran Espíritu empezó a soñar…

 

En la vacía oscuridad soñó con el Fuego, que ardía fulgurante en la mente del Gran Espíritu Creador de la Vida. Tras esto, soñó con el Aire y el Fuego cobró vida bailando y girando en su compañía.  Luego vino la Lluvia. Por mucho tiempo, la batalla entre el Fuego, el Aire y la Lluvia causó estragos en el Sueño pero al Gran Espíritu le gustó, así que continuó soñando.

Cuando la batalla se calmó, aparecieron en el Sueño el Mundo, el Cielo, la Tierra y el Mar. Su hegemonía se alargó por mucho tiempo, tanto que el Gran Espíritu creador empezó a aburrirse del Sueño, aunque quería que continuara. Así que envió la Vida al Sueño para hacerlo real y para que los Espíritus Creadores continuaran soñando por él.

De esta forma, el Gran Espíritu Creador de la Vida hizo llegar al mundo el Secreto del Soñar con el Espíritu de Barramundi, el pez.

Y Barramundi nadó en las aguas profundas y… comenzó también a soñar. Soñó con olas y arena mojada pero Barramundi no comprendía el Sueño y quería seguir soñando sólo con las aguas profundas . Así que Barramundi pasó el Secreto del Soñar al Espíritu de Currikee, la tortuga.

Y Currikee surgió de las olas, se posó sobre la arena mojada y… comenzó también a soñar. Soñó con rocas y sol pero Currikee no comprendía el Sueño y quería seguir soñando sólo con las olas y la arena mojada. Así que Currikee pasó el Secreto del Soñar al Espíritu de Bogai, el lagarto.

Y Bogai, subido a una roca, sintió el cálido sol en su espalda y… comenzó también a soñar. Soñó con cielo y viento pero Bogai no comprendía el Sueño y quería seguir soñando sólo con las rocas bajo el sol. Así que Bogai pasó el Secreto del Soñar al Espíritu de Bunjil, el águila.

Y Bunjil se alzó sobre el cielo abierto sintiendo el viento en sus alas y… comenzó también a soñar. Soñó con árboles y cielo nocturno pero Bunjil no comprendía el Sueño y quería seguir soñando sólo con el cielo abierto y el viento. Así que Bunjil pasó el Secreto del Soñar al Espíritu de Coonerang, la zarigüeya.

Y Cooneran subió a lo alto de un árbol, miró al cielo nocturno y… comenzó también a soñar. Soñó con hierba amarilla y extensas llanuras pero Cooneran no comprendía el Sueño y quería seguir soñando con los árboles, bajo el cielo nocturno. Así que Cooneran pasó el Secreto del Soñar al Espíritu de Kangaroo, el canguro.

Y Kangaroo se irguió sobre las llanuras de hierba amarilla y… comenzó también a soñar. Soñó con música, canto y risa pero Kangaroo no comprendía el Sueño y quería seguir soñando sólo con las amplias llanuras de hierba amarilla. Así que Kangaroo pasó el Secreto del Soñar al Espíritu del Hombre.

Y el Hombre, caminando sobre la tierra, vio todas las obras de la Creación. Escuchó el canto de los pájaros al amanecer y vio el rojo sol del atardecer y… comenzó también a soñar. El Hombre soñó con compartir la música de los pájaros al amanecer, la danza del emú y el ocre rojo de la puesta de sol. Pero soñó también con la risa de los niños y el Hombre comprendió entonces el Sueño.

Así que continuó soñando con todas las cosas que se habían soñado antes.  Soñó con las tranquilas aguas profundas, con las olas y la arena mojada, con las rocas y el cielo abierto, con los árboles y el cielo nocturno y con las llanuras de hierba amarilla. Y el Hombre supo que, con el Sueño, todas las criaturas estaban espiritualmente hermanadas y que él debía proteger su Soñar. Y soñó con cómo contaría este Secreto a sus hijos que aún no habían nacido.

Entonces el Gran Espíritu Creador de la Vida supo que, al fin, el Secreto del Soñar estaba a salvo y, cansado del Sueño de la Creación, se retiró bajo la Tierra para descansar. Así que, desde entonces, cuando los espíritus de todas las criaturas se cansan de Soñar, se unen al Gran Espíritu Creador de la Vida bajo la Tierra. Esta es la razón por la que la Tierra es sagrada y el hombre debe ser su protector.

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