Dos volcanes enamorados. México
Iztaccíhuatl, la Mujer Blanca, era una hermosa princesa nahua que se enamoró de un guerrero llamado Popocatépetl, Montaña que Humea, también conocido como Popoca. Como querían casarse, el padre de la muchacha, cuyo nombre era Tezozómoc, le dijo al guerrero que permitiría el matrimonio si en la guerra que libraban en Oaxaca le llevaba la cabeza de su peor enemigo, el jefe de los guerreros zapotecas, ensartada en una lanza.
La misión era muy difícil de cumplir, el padre de Iztaccíchuatl lo había enviado a propósito a Oaxaca, porque pensaba que nunca regresaría victorioso y moriría en esas lejanas tierras oaxaqueñas, y así no se casaría con su adorada hija.
Un mal día Iztaccíchuatl se enteró de que su amado Popocatépetl había fallecido en una batalla y, desesperada por el dolor que sentía, se quitó la vida. Poco tiempo después, Popocatépetl regresó a Tenochtitlan con la cabeza que le había exigido Tezozómoc, pero se enteró de que la princesa había muerto. Sumamente triste, el guerrero entró a la recámara de su amada, tomó en sus brazos, la llevó al monte, y la cubrió completamente de hermosas flores.
LA CULEBRA Y EL HOMBRE.
MÉXICO
Una vez, una culebra cruzaba entre dos grandes troncos muy
gruesos. Cuando iba pasando, se resbaló un tronco yendo a caer
sobre ella. Apretóse y ya no pudo salir. Luego comenzó a retorcerse,
pero era inútil; cada vez se apretaba más y ya se estaba
ahogando. Y sucedió que un hombre, que habitaba no lejos del
bosque, recordó que debía salir a cortar leña; y así lo hizo. Cogió
su tepoznecochtl (Especie de hacha)
y se fue a cortar leña. Cuando llegó al bosque e
iba pasando por donde estaba la culebra, oyó ruido; se volvió, y
vio a la culebra que estaba allí. L a culebra lo llamó y le dijo:
—Buen hombre, ven acá, quítame este árbol que me está
matando.
—No te lo quito porque me comerías.
L a culebra le contestó diciéndole:
—No te comeré; quítamelo.
— Ya te dije que no te lo quitaré.
— ¡No te haré nada! ¡Cómo!, ¿no te compadeces? Ven, quítamelo;
te lo ruego.
Mucho le rogó la culebra, que luego el hombre se acercó y
comenzó a cortar el árbol con su tepoznecochtli. Luego que apartó
el árbol, salió la culebra y comenzó a lamerse los labios, quería
comer. Ya tenía un día sin comer. Entonces le dijo:
—Buen hombre, me muero de hambre, ahora voy a comerte;
tengo un día sin comer. ¿Qué dices a eso, buen hombre?
—¡Cómo! ¿Quieres comerme? ¿Cómo es posible? ¡Yo te quité
el árbol que te estaba matando y ahora quieres comerme!
—Qué , buen hombre, ¿no sabes que un bien con un mal se paga?
—No.
De nuevo respondió la culebra:
—Qu é ¿no crees?, ¿no estás convencido?
—No estoy de acuerdo.
— Si no estás de acuerdo, trae cuatro personas y delante de ti
les preguntaré y verás cómo es cierto que un bien con un mal se paga
Fuese luego el buen hombre en busca de cuatro animales machos.
No tuvo que andar muy lejos, cerca de ahí los encontró.
Llevó un buey, un caballo, un león y un coyote. L a culebra comenzó
a preguntar a cada uno de los animales, delante del buen hombre.
—Buen león, ¿no es cierto que un bien con un mal se paga?
—Sí.
—Buen buey, ¿no es cierto que un bien con un mal se paga?
—Sí.
—Buen caballo, ¿no es cierto que un bien con un mal se paga?
—Sí.
Cuando el buen hombre oyó lo que decían aquellos animales,
que siempre un bien con un mal se paga, se asustó. Sólo faltaba
preguntar al coyote si era o no cierto lo que decía la culebra.
Llegóse la culebra al coyote:
—Buen coyote, ¿no es cierto que un bien con un mal se paga?
—Falta que vea yo cómo estabas y así podr é decir si es o no
cierto lo que dices, y si está bien que te comas a este buen hombre,
o no. Ponte como estabas antes.
Los otros animales contestaron juntos:
—¡Que se ponga; veremos!
Entonces, la culebra se colocó otra vez entre los árboles, y
luego le dijo el coyote:
—Ahora, ¡quédate! Nosotros ya nos vamos.
L a dejaron retorciéndose y chillando, como cuando la encontró
el buen hombre. E l buen hombre le dio las gracias al buen coyotito.
—Ahora, buen coyotito, vamos juntos a mi casa.
—¿A hacer qué?
—Quiero regalarte algunos pollos.
—No déjalo; yo me voy por aquí.
— ¡No, vamos!
—Mira, ahora ya es tarde; es mejor, si quieres regalármelos,
que mañan a temprano me los lleves sobre ese montículo; te esperar
é muy de mañana ; cuando aún no sale el sol. Al dar las cinco
ya estarás ahí. Así quedamos.
—No, no vendrás y me harás regresar en balde.
—No, aquí te esperaré, buen hombre.
E n esto convinieron el coyote y el hombre.
E l buen coyote tomó por el llano y se fue; el buen hombre
también cogió su camino. Cuando llegó a su casa no más veía
atontado. Le dice su mujer:
— ¿Qué te pasa? Nada más estás mirando atontado.
Entonces comenzó a contarle lo que le había pasado:
—Me encontré con una culebra que quería comerme.
Al oírlo se asustó la mujer:
— Ya te decía que no salieses. No me oíste, si no, no te hubieses
espantado; ya viste que por la voluntad de Dios no te pasó
nada; porque Dios te mand ó a ese animalito para que te ayudase.
De otro modo, yo no hubiera sabido lo que te había pasado;
no habrías regresado a casa.
—Ahora iba a traer al buen coyotito.
— ¡Dios no lo quiera! Acabaría con mis pollos.
—No accedió a lo que le decía que escogiese él mismo los
que quisiese entre los pollos mejores y más gordos.
Mañana ,muy temprano, quedé con ese animalito en llevarle algunos
pollos. Escoge unos pollos buenos pues mañana , ya te dije, se
los llevaré.
—Mañana no irás a ningún lado. No quiero que le lleves nada
a ese maldito animal: ni un solo pollo. Ya se me ocurrió qué es lo
que debes hacer.
— ¿Qué? Dímelo.
—No seas tonto, ¿qué ha de ser? Deja los pollos y llévale esos
perros que son de los más mordelones; pónlos dentro del saco
de pita y en cuanto llegues a donde te espera, sin acercarte a él
demasiado, desde lejos, se los sueltas.
— L o que has discurrido, mujer, no está bien. ¿Cómo quieres
que le lleve lo que no debo llevarle? Lo engañaría. ¿Por qué no
eres buena, mujer? Voy a llevarle los pollos.
— Ya te dije que no, y si se los llevas, me enfadaré contigo, y
armaré la gorda.
E l hombre no quiso disgustar a su mujer e hizo lo que ordenaba.
Al día siguiente, metió los perros en el costal de pita y salió
muy temprano. Se cargó los perros en lugar de los pollos que había
ofrecido el día anterior. E l hombre deseaba que no estuviese
ahí el coyote. Ya iba llegando el hombre, y estiraba el pescuezo
para ver si ya estaba ahí el coyote. Lo descubrió desde muy lejos.
E l coyote, muy contento, iba y venía, esperando sus pollos. Llegó
arriba del montículo donde ya lo esperaba el coyotito. Este comenzó
a reír muy contento.
—Bueno coyotito —le dijo el hombre—, ya que vine a traerte
los pollos. Ahora dime: ¿cómo quieres que los suelte? ¿Uno a
uno, o todos juntos?
—Que no sea uno a uno; es mejor que sea juntos, para que
yo me divierta cazándolos.
E l hombre empezó a soltar la boca del costal; mientras, el
coyotito se había sentado a esperar que saliesen los pollos, imaginándose
ya que los cazaba, sentía que los cogía. ¡Y he aquí que
le fue soltando los perros! ¡De esos que arrastran las orejas! Y
apenas los vio el coyote, ya estaban sobre él. Primero se asustó,
y a la vez que se asustó, se revolvió furioso a reñir con los perros.
Los perros le quebrantaron los huesos de las patas, mientras él
los mordía por dondequiera, rompiéndoles las manos y desgarrándoles
las orejas. Mutuamente se lastimaron. E n cuanto el coyote
comprendió que iban a ganarle, huyó bosque adentro. Se
reposaba a trechos, volviéndose a ver hacia donde había dejado
al hombre con sus perros, y contemplando las heridas que le habían
causado, exclamó llorando:
—Gua, gua, gua, gua… ¡Con razón decía la culebra que un
bien con un mal se paga!
DR© 2016. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
tradición oral, cuentos mexicanos