LAS MONAS VIAJERAS
Un día las monas decidieron hacer un viaje de aprendizaje. Camina que camina, se pararon y una preguntó:
-¿Qué es lo que se ve?
-La jaula de un león, el estanque de las focas y la casa de la jirafa.
-Qué grande es el mundo y qué instructivo es viajar.
Siguieron el camino y se pararon solo al mediodía.
-¿Qué es lo que se ve ahora?
-La casa de la jirafa, el estanque de las focas y la jaula del león.
-Qué extraño es el mundo y qué instructivo es viajar.
Se pusieron en marcha y se pararon solo a la puesta del sol.
-¿Qué hay para ver?
-La jaula del león, la casa de la jirafa y el estanque de las focas.
-Qué aburrido es el mundo: se ven siempre las mismas cosas. Y viajar no sirve precisamente para nada.
Claro: viajaban, viajaban, pero no habían salido de la jaula y no hacían más que dar vueltas en redondo como los caballos del tiovivo.
………
Domingo por la mañana
El señor César era muy rutinario.
Todos los domingos por la mañana se levantaba tarde, daba vueltas por casa en pijama y a las once se afeitaba, dejando abierta la puerta del baño.
Aquel era el momento esperado por su hijo Francisco, que tenía solo seis años, pero manifestaba ya una inclinación por la medicina y la cirugía. Francisco tomaba el paquete de algodón hidrófilo, la botellita de alcohol desnaturalizado, el sobre de los esparadrapos, entraba al baño y se sentaba en el taburete a esperar.
-¿Qué hay? -pregunta el señor César, enjabonándose la cara.
Los otros días de la semana se afeitaba con la máquina eléctrica, pero el domingo usaba todavía el jabón y las cuchillas. Francisco se torcía en el pequeño asiento, serio, sin responder.
-¿Entonces?
-Bien -decía Francisco- puede ser que tú te cortes. Entonces yo te curaré.
-Ya -decía el señor César.
-Pero no te cortes a propósito como el domingo pasado -decía Francisco severamente-, a propósito no vale.
-De acuerdo -decía el señor César.
Pero cortarse sin hacerlo aposta no lo lograba. Intentaba equivocarse sin quererlo, pero es difícil y casi imposible. Hacía de todo para estar distraído, pero no podía. Finalmente, aquí o allá, el corte llegaba y Francisco podía entrar en acción. Secaba el hilo de sangre, desinfectaba, pegaba el esparadrapo. Así cada domingo el señor César regalaba un hilo de sangre a su hijo, y Francisco estaba convencido de ser útil a su distraído padre.
……
EL BURRO VOLADOR
Sobre la orilla del río, en una casita de madera, vivía una familia muy pobre. Eran tan pobres que la comida nunca alcanzaba para todos, y por lo menos uno tenía que quedarse en ayunas cada vez que la familia comía. Los niños le preguntaban al abuelo:
-¿Por qué no somos ricos? ¿Cuándo nos haremos ricos también nosotros?
El abuelo respondía:
-Seremos ricos cuando vuele el borrico.
Los chicos se reían. Pero algo creían. De vez en cuando iban al establo donde el burro masticaba su pasto seco; entonces, le acariciaban el lomo y le decían:
-Esperamos que no tardes mucho en decidirte a volar.
Por la mañana, no bien se despertaban, iban corriendo a ver al burro:
-¿Vas a volar hoy? Mirá que lindo, qué hermosos cielo. Es un día perfecto para volar.
Pero el burro solo le hacía caso a su pasto.
Un día comenzó a llover mucho. El río creció. Cedió el dique y las aguas se derramaron sobre los campos.
Aquella pobre gente tuvo que refugiarse en el techo de la casita, y allí llevaron también al burro, porque el burro constituía toda su riqueza.
Los chicos lloraban de miedo. El abuelo les contaba muchas historias y, de vez en cuando, para hacerlos reír, le decía al burro:
-Tonto y recontratonto, ¿no ves en qué lío nos metiste? Si supieses volar, nos salvarías.
Los salvaron, en cambio, unos bomberos con su lancha y los llevaron a un lugar seco. Pero el burro no quiso subir a la lancha de ninguna manera. Los niños ahora lloraban por el burro y le suplicaban juntando las manos:
-¡Ven con nosotros! ¡Ven con nosotros!
-Vamos -dijeron los bomberos-, después vendremos a buscar al burro. Primero tenemos que rescatar a mucha gente.
¡Nunca se vio una inundación tan terrible!
La lancha se alejó y el burro se quedó en el techo, plantado sobre sus patas, inmóvil.
¿Saben cómo lo salvaron” ¡Con un helicóptero! La bonita mariposa con motor se detuvo en el cielo sobre la cabeza del animal, zumbando. Un hombre descendió por una soga y, por lo visto, sabía bastante de burros, porque lo sujetó con cuidado por debajo de la panza. Luego, el helicóptero partió.
Y los chicos, que estaban acampando sobre el dique como soldados en guerra, vieron llegar a su burro a través del cielo.
Se levantaron de golpe, comenzaron a reír y a saltar, y gritaban:
-¡Vuela! ¡Vuela! ¡Somos ricos!
De todo el campamento, atraída por aquellos gritos, salió gente a mirar y a preguntar:
-¿Qué ocurrió? ¿Qué pasa?
-¡Nuestro burro vuela! -gritaban los niños-. Ahora somos ricos.
Algunos movían la cabeza con pena; pero muchos sonreían, como si sobre la llanura gris de la inundación hubiese asomado el sol, y decían:
-Es cierto. Tienen tanta vida por delante que no son pobres para nada.
…….
LA ANCIANA TÍA ADA
Cuando fue muy viejecita, tía Ada se fue a vivir al asilo de ancianos.
Compartía una pequeña habitación de tres camas con otras dos viejecitas tan ancianas
como ella.Tía Ada escogió inmediatamente una butaquita que estaba cerca de la ventana y
desmenuzó una galleta seca sobre el alféizar.
-¡Bravo, así vendrán las hormigas!dijeron irónicamente las otras dos vejecitas.
Pero en cambio llegó un pajarillo del jardín del asilo, picoteó muy contento la galleta y se
marchó.
-Ya ves lo que has conseguido- murmuraron las viejecitas-.Se lo ha comido y se ha ido
.Igual que nuestros hijos, que se fueron por el mundo , vete a saber dónde, y ni se acuerdan
ya de nosotras que los criamos.
Tía Ada no dijo nada, pero todas las mañanas desmenuzaba una galleta seca sobre el
alféizar de la ventana y el pajarito venía a picotearla, siempre a la misma hora, puntual
como un jubilado, y había que ver lo nervioso que se ponía cuando no la encontraba
preparada.
Después de algún tiempo, el pajarillo trajo a sus pequeños, porque había hecho un nido y
habían nacido cuatro, y éstos también venían todas las mañanas a picotear golosamente la
galleta de tía Ada y hacían mucho ruido si no la encontraban.
- Ahí están sus pajaritos – decían entonces las viejecitas a tía Ada con un poquito de
envidia.
Y ella corría, por así decirlo, con breves pasitos hasta su cómoda y sacaba una galleta seca
de entre el paquete de café y de caramelos de anís, mientras decía: - Calma, calma, ya voy.
- ¡Ah- murmuraban las otras viejecitas-, si basta con poner una galleta seca en la ventana
para que regresaran nuestros hijos…..! ¿Y los suyos,tía Ada,dónde estan los suyos?
La anciana tía Ada nisiquiera lo sabía : Quizás en Austria, quizás en Australia; pero ella
parecía imperturbable, desmenuzaba la galleta para los pajarito y les decía: - Comed, vamos comed,de lo contrario no tendréis fuerza para volar.
Y cuando habían terminado de picotear la galleta: - ¡Vamos, marchaos! ¿A que esperáis? Las alas están hechas para volar.
Las viejecitas meneaban la cabeza y pensaban que tía Ada estaba quizá un poco chiflada,
porque además de ser vieja y pobre, encima hacía regalos y no pretendía siquiera que le
diesen las gracias.
Luego la anciana tía Ada murió, y sus hijos no se enteraron hasta cierto tiempo después,
cuando ya no valía la pena hacer un viaje para asistir a los funerales . Pero los pajaritos
volvieron a la ventana durante todo el invierno, y protestaban porque la anciana tía Ada no
les había preparado la galleta.