
Un día, el Rey Dragón del Mar del Sur agasajó a las divinidades con un banquete en la isla de Hainan. Ocho mil genios con ricas ropas exóticas charlaban y gozaban bebiendo en torno al anfitrión, que llevaba un hábito ceñido con un cinturón de jade. Precisamente aquel mismo día, después de haber andado diez días y diez noches, el “Hombre que toca la flauta celestial” llegó a la playa para pescar. Tendió la red sobre el mar en calma, se sentó sobre una piedra limpia y lisa, y comenzó a tocar la flauta.
En ese mismo instante, el Rey Dragón levantaba la copa para brindar con sus huéspedes. En la fiesta se escuchó un sonido tan maravilloso que todos y cada uno de los dioses se quedaron paralizados, incluso se olvidaron de las mesas repletas de manjares y dejaron caer sus copas de jade al suelo. El hombre de la flauta no sabía ni podía imaginarse que, en aquel momento, tantas divinidades estuvieran escuchando su música. Y los dioses, por su parte, estaban convencidos de que quien así tocaba sin duda debía pertenecer al cielo superior al mundo humano.
Tanto le gustó al Rey-Dragón el sonido de aquella flauta que quiso encontrar al músico que la tocaba para que enseñara a su hijo, el príncipe, a tocar el instrumento. Así que, siguiendo la dirección de donde venía el sonido, encontró al hombre y le pidió que fuera con él puesto que le había asignado una tarea. Este, al escuchar al Rey Dragón, recogió su red, metió la flauta en su ancho cinturón y siguió a la divinidad hasta su palacio.
Pasaron tres años y príncipe había aprendido a tocar la flauta de bambú con gran habilidad. El flautista, que añoraba mucho su familia y su pueblo, le rogó al Rey-Dragón que le dejara volver a casa. El Rey, agradecido, se lo concedió y le indicó que escogiera como regalo de despedida dos objetos, los que quisiera, del tesoro real. Había allí piedras preciosas, lingotes de oro resplandecientes y miles de valiosos objetos.
El flautista recorrió detenidamente el salón del tesoro del Rey Dragón y, al ver una cesta cilíndrica hecha de tiras de bambú, pensó: “Este utensilio me puede servir para guardar los camarones y peces que pesque”. Lo tomó y lo sujetó al cinturón. Después, en un armario, descubrió una capa para la lluvia y reflexionó: “Con esta capa puedo ir a la playa a pescar incluso en días de lluvia y viento”. Y este fue el segundo y último regalo que escogió. Al salir de la sala el Rey-Dragón, muy intrigado, le preguntó:
-¿Por qué has escogido estos objetos tan sencillos entre montones de oro y plata, perlas y piedras preciosas?
El flautista le contestó con una sonrisa:
-El oro y las piedras preciosas se gastan y desaparecen. En cambio, con esta cesta de bambú y la capa para la lluvia puedo ir de pesca todos los días y, con los peces que pesque, nunca pasaré hambre.
El flautista se despidió del Rey Dragón y su hijo, el príncipe. Antes de marcharse este le confesó a su maestro que aquellos dos regalos que había escogido eran realmente dos objetos maravillosos. Al volver de la pesca el cesto de bambú siempre rebosaría relucientes peces y la capa, desplegada, lo llevaría volando hasta el mejor lugar para pescar del Mar del Sur por lo que, de verdad, tenía su vida y la de su familia solucionada.
De esta manera, con el cesto de bambú y la capa para la lluvia, el “Hombre que toca la flauta celestial” regresó a su hogar bajo la montaña Cinco Dedos y volvió a tocar la flauta, devolviendo a los habitantes del lugar su júbilo y alegría.